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María Velasco denuncia la deriva del teatro hacia el “marketing de los cuerpos” en la Feria del Libro de Valladolid

Con una voz crítica y lúcida, la dramaturga María Velasco ha protagonizado uno de los encuentros más intensos de la Feria del Libro de Valladolid, en el que abordó sin tapujos los retos del teatro contemporáneo, el papel del libro dramático en el panorama literario y la deriva del sector cultural hacia el marketing y la fama por encima del valor artístico.

Velasco, autora de obras como Talaré a los hombres de sobre la faz de la tierra o La espuma de los días, y reciente Premio Nacional de Literatura Dramática, denunció la lógica que prima el número de seguidores en redes sociales por encima del talento y la trayectoria: “Hoy muchas obras no se levantan si no hay una cabeza de cartel que no es un actor o actriz con méritos, sino un influencer. Importa más la visibilidad digital que la capacidad artística. Se convierte la vida privada del artista en una estrategia de marketing”.

La dramaturga lamentó que esta lógica haya calado también en el mundo editorial, donde algunos sellos “apuestan antes por un libro firmado por una celebridad digital que por una obra literaria de calidad”. Esta tendencia, añadió, “eclipsa el trabajo serio y comprometido de autores, editores y libreros que intentan dar voz a otras propuestas más arriesgadas o minoritarias”.

Durante el encuentro, María Velasco recogió el guante lanzado esa misma mañana por varios editores en una mesa redonda que pedía mayor visibilidad para el libro teatral. “Existe una marginalización evidente del teatro y también de la poesía dentro del sistema literario. Nadie duda del valor literario de Shakespeare o Calderón, pero cuando hablamos de autores vivos, contemporáneos, ese reconocimiento se disuelve”, afirmó.

Para Velasco, esa marginación no solo empobrece al teatro, sino al conjunto de la literatura: “El teatro, por su atención a la oralidad y a la actualidad, es un género que siempre aporta novedad. Lorca o Valle-Inclán lo demostraron. Y muchas de las grandes obras del siglo XX ya no tienen un género claro. Como decía Goytisolo, El Quijote es la obra más moderna porque es intergenérica. Hoy pasa lo mismo con autoras como Anne Carson”.

La autora presentó en Valladolid su último texto teatral, Vendrán los alienígenas y tendrán tus ojos, editado por La Uña Rota, recientemente estrenado en el Matadero de Madrid y que inicia ahora una gira internacional. La obra reflexiona sobre el amor como utopía en una sociedad desencantada: “Vivimos en un mundo en el que la esperanza parece ingenua y la acción colectiva vacía de efecto. Esta obra habla de recuperar el valor de la utopía, del amor como alteridad y del encuentro con el otro en un contexto donde todo tiende al aislamiento”.

Defensora de un teatro analógico, de cuerpos presentes y tiempo compartido, Velasco se mostró escéptica ante la excesiva tecnologización de la escena: “El teatro sobrevive precisamente por lo que lo hace diferente de otros formatos: la presencia, la comunidad, el directo. Es lo que compartimos con la danza y la música. El teatro no es una pantalla ni puede vivir del audiovisual”.

También alertó del riesgo que supone la sobreproducción impulsada por ciertas políticas culturales: “Se estrena demasiado y demasiado rápido. Las obras no tienen tiempo de madurar ni los creadores de desarrollar procesos profundos. Es una lógica de ‘contenido rápido’ que se ha extendido desde las plataformas a la edición y la escena”.

Velasco, que produce sus obras de forma independiente junto a su socia, defendió el papel de los teatros públicos como garantes de una cultura no sometida al mercado: “Lo público no puede renunciar a ser alternativo. No debe copiar la lógica de la empresa privada. Y debe colaborar más con el sistema educativo desde la base. La imaginación, la creatividad y la inteligencia emocional son claves para formar no solo espectadores, sino ciudadanos”.

Su paso por la Feria del Libro de Valladolid dejó una impresión profunda: una reivindicación del teatro como literatura, del arte como resistencia, y del pensamiento como motor frente al culto a la visibilidad. Una llamada a no confundir el brillo de los focos con la luz de las ideas.

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